I Jornadas de experiencia monástica
Monasterio de San Andrés de Arroyo del 9 – 13 junio de 2017
Los hermanos perseveraban en la
enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las
oraciones.
Todo el mundo estaba
impresionado, y los apóstoles hacían muchos prodigios y signos. Los creyentes
vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los
repartían entre todos, según la necesidad de cada uno.
Este texto de los Hechos de los
apóstoles que nos narra la vida de los primeros cristianos, es un icono ideal
en que apoyarnos, e ir desgranando como
es la vida fraterna en nuestros monasterios, en nuestras comunidades.
1. Filliación adoptiva.
La vida fraterna es un misterio; para algunos es
casi imposible e impensable en cualquier ámbito de la sociedad; pero para
nosotros es el fruto no de un esfuerzo humano, es el fruto del seguimiento de
Cristo impulsado por la Gracia de Dios, que nos invita a salir constantemente
de nosotros mismos hacía los otros, para vivir como auténticos y dignos hijos
de Dios. Porque, como nos recuerda San Pablo: hemos recibido un Espíritu que nos hace
hijos adoptivos y nos permite clamar “Abba”, es decir, “Padre”. Ese mismo
Espíritu se une al nuestro para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si
somos hijos, también somos herederos: herederos de Dios y coherederos con
Cristo, toda vez que, si ahora padecemos con él, seremos también glorificados
con él.[2] Esta
es la riqueza de todo cristiano y, cuanto más de toda persona que además de
querer vivir esta filiación adoptiva, quiere entregar cada momento de su vivir
cotidiano a Dios.
Las
comunidades religiosas somos un signo vivo de la primacía del amor de Dios que
obra maravillas y del amor a Dios y a los hermanos, como lo manifestó y vivió
Jesucristo.[3]
2. Convocadas por Dios.
Cada una de nosotras nos hemos sentido interpeladas
por este amor de Dios, hemos creído en él, [4] y a partir de esta experiencia profunda
de fe, nos hemos interrogado sobre la voluntad del Señor para nuestras vidas,
respondiéndole con una donación total. Aquí comienza el misterio de la
fraternidad.
Somos convocadas por Dios a vivir en comunidad,
tomando por guía el Evangelio, bajo una Regla y un abad.[5] Este ser
convocadas, hace posible, que personas de diferentes tiempos, de distintas
formaciones, culturas, pensamientos, se unan bajo un mismo ideal y caminen
todas juntas hacía una misma meta; pero no solo es importante el ser
convocadas, sentirnos llamadas, los más importante es que somos elegidas por
Dios, que es el que da la Gracia y la Fortaleza para llevar a cabo nuestra
vocación.
La vida comunitaria es un Don, si es vivida por amor
y para amar; sino como muchos dicen, puede ser un “martirio a alfilerazos”.
Nuestro Padre San Benito ya desde el prólogo de su
Regla nos habla con mucha claridad de cómo
cada una debemos de actuar para hacer posible este ideal: ¿Quién es el hombre que quiere la
vida y desea ver días felices? Si tú, al oírlo, respondes: yo, Dios te dice: Si
quieres gozar de la vida verdadera y perpetúa, guarda tu lengua del mal y tus
labios no hablen con falsedad; apártate del mal y obra el bien, busca la paz y
síguela.[6] Toda la Regla de Ntro.
P. San Benito es un auténtico compendio de fraternidad.
Ver a Cristo en los hermanos.
Es claro que la “vida fraterna” no se realiza
automáticamente con la observancia de las normas que regulan la vida común;
pero es evidente que la vida común tiene la finalidad de favorecer intensamente
la vida fraterna.[7] Es decir, si fraternidad lo entendemos
como la unidad de los hermanos/as, no
nos basta con hacer todas lo mismo, con cumplir lo escrito
en unos documentos; tenemos que utilizar esas normas comunes para realizar el
fin de nuestra vida: el vivir como dignas hijas de Dios.
La monja es ante todo una mujer que busca a Dios en
la soledad, en el silencio, en la oración, en el trabajo, pero sobretodo en
nuestra orden, esa búsqueda intensa se realiza en la vida común.
Cuando llegamos al monasterio y comenzamos a conocer
y profundizar en la Regla de Ntro. P.
San Benito nos encontramos con una frase que nos parece maravillosa, pero que
hasta después de un tiempo no descubrimos su significado pleno, nos dice: No
anteponer nada al amor de Cristo[8]. La primera vez que la leemos o la oímos
en la sala capitular, si nadie nos explica nada, podemos pensar que se refiere
simplemente a llegar puntuales al coro, no faltar nunca al rezo de la liturgia,
cumplir hasta el último minuto y con la mayor intensidad posible el tiempo de
la oración personal y lectio divina que tenemos en el horario…. y poco más.
Pero luego, realmente nos damos cuenta que el significado es totalmente
distinto a un simple cumplimiento. No anteponer nada al amor de Cristo,
significa: no anteponer nada a las necesidades de mis hermanas, respetarlas,
comprenderlas, intentar ponernos en su lugar y ver sus puntos de vista,
cuidarlas, amarlas. Para San Benito, Cristo no está presente sólo en la
Eucaristía; también está en cada una de las hermanas con las que vivimos (con
las que tenemos afinidad y, con las que no nos conseguimos entender nunca).
Pero esto no es exclusivo de nuestro padre, la primera carta de San Juan trata
ampliamente de este tema:
Quien no ama a su
hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y nosotros hemos
recibido de él este mandato: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.[9] Esta
es la más alta vocación del hombre: entrar en comunión con Dios y con los otros
hombres, sus hermanos.[10]
Comunidad
monástica es don del espíritu y, para nosotros las hermanas son un don, porque
son aquellas personas que nos ayudan y estimulan a ser fieles a nuestra
vocación.
Para comprender mejor el tema que estamos tratando,
podemos utilizar la imagen de un arroyo, de un riachuelo. Tenemos tres
elementos, el arroyo, el conjunto de la imagen; las piedras que hay en el fondo
y el agua. El arroyo es el monasterio, la comunidad; las piedras somos cada una
de nosotras, cada una de un tamaño distinto, con una morfología determinada, con
distinto color; el agua es el Espíritu Santo que el Señor nos envía.
Las piedras que van cayendo en el arroyo poco a
poco, nos pueden simbolizar el ingreso en el monasterio, cada una entramos con
nuestra propia personalidad, nuestro carácter, nuestros defectos, bondades,
peculiaridades…., las piedras no son lisas, tienen aristas y, según caen en el
agua, se juntan con otras piedras que tienen otras características diferentes.
El paso del tiempo, los roces provocados entre las piedras las van puliendo, van
limando aspeduras, y el agua las va limpiando y purificando, hasta crear esos
hermosos cantos que nos encontramos al fondo del arroyo, sin aristas, suaves,
que no hacen daño, ni dañan. Así es nuestra vida, el paso del tiempo, la
convivencia diaria nos va limando, nos va haciendo con los dones del Espíritu
Santo y la ayuda de las hermanas más frágiles, quizá no sea la expresión más adecuada, pero nos va modelando
a ejemplo del Maestro y haciendo más conscientes de nuestras debilidades y
miserias, y ayudándonos a cambiarlas, a ir alejando de nosotras todo lo que nos
aparta de Él, para hacernos mujeres , como esos cantos, que cuidemos de no
hacer sufrir a las hermanas y de que no nos hagan sufrir, no porque nos hayamos
hecho duras de corazón, sino porque aprendemos a mirar el lado bueno,
aprendemos a disculpar , a justificar, a perdonar sin que nos den mil razones
de una situación anormal.
El amor es paciente y
bondadoso; no tiene envidia. No es grosero, ni egoísta, no lleva cuentas del
mal. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta.[11]Jóvenes, hermanas, más claro que S. Pablo es difícil
de hablar. Esta es la manera de vivir el mandato del Señor: “Que
os améis los unos a los otros como yo os he amado”.[12]
4. Escuela de Caridad Fraterna.
La vida comunitaria fraterna es un Don del Espíritu,
que nosotras debemos trabajar. El Don viene de lo alto, pero a nosotras nos
corresponde el mantenerle, el acrecentarle, el hacerle posible y visible entre
las hermanas. ¿Cómo se hace esto?, de una manera muy sencilla: Primero pidiendo
el auxilio divino, después llevando a cabo el capítulo 72 de nuestra Regla: “Así
como hay un celo amargo, malo, que aleja de Dios y conduce al infierno, hay
también un celo bueno, que aleja de los vicios y conduce a Dios y a la vida eterna.
Practiquen, pues los monjes este celo con el amor más ardiente; esto es, que se
anticipen a honrarse unos a otros; que se soporten con la mayor paciencia sus debilidades, tanto físicas como morales; que se
obedezcan a porfía unos a otros; que
nadie busque lo que le parezca útil para sí, sino más bien lo que lo sea para
los otros; que practiquen desinteresadamente la caridad fraterna; que teman a Dios
con amor; que amen a su abad con afecto sincero y humilde; que no antepongan
absolutamente nada al amor de Cristo, el cual nos lleve todos juntos a la vida
eterna”[13].
Poco hay que comentar,
San Benito nos está pidiendo que nos queramos, volvemos al comentario anterior:
Amar y dejarnos amar. Muchas veces somos incapaces de dar lo que llevamos
dentro, de aceptar a las demás, porque somos incapaces de aceptarnos nosotras
mismas, de ver nuestras flaquezas y debilidades y de pensar que a pesar de
todo: Dios me Ama; y esto muchas veces solo se descubre con la ayuda de las
hermanas. Si yo no acepto mis limitaciones (todas tenemos; no entra ni la edad,
ni el servicio que desempeñemos en la comunidad), poco voy a aceptar las de la
otra/as, si yo no me dejo ayudar por las hermanas (hablo de una ayuda
interior), poco voy a poder ayudar. Todas, repito todas, tenemos mucho que
aprender de nuestras hermanas de comunidad, terminamos de aprender el día que
morimos y, ojalá que sea el día que nos recen el: descanse en paz, porque si
no, podemos hacer la vida imposible al resto e incluso, destruir una comunidad.
Todo el que se ensalza a sí mismo
constituye una forma de soberbia.[14]
Con el paso de los años nuestra vida puede resultar
pesada, la rutina se puede apoderar de nosotras, por eso cada día debemos pedir
la gracia al Señor de poder hacer de lo ordinario – extraordinario, de
desempeñar las tareas que nos son encomendadas de la mejor manera posible; de
querer sorprender, no por sobresalir, sino para ayudar de una manera sencilla y
alegre, a llevar la cruz a mis hermanas.
Los caminos del Señor no son cómodos, pero tampoco
hemos sido creados para la comodidad, sino para cosas grandes, para el bien.[16]
5 Escuela del Servicio Divino.
El monasterio es para nosotras una escuela del
servicio divino, una escuela de la caridad fraterna, donde nuestro padre no
quiere establecer nada áspero ni penoso, pero ya nos indica que si para
alcanzar esta caridad, debe haberlo, no abandonemos sobrecogidas de temor el
camino de la salvación, que al principio siempre es estrecho. Pero con el
progreso en la vida monástica y en la fe, con el corazón ensanchado por el amor
se corre por el camino de los mandamientos.[17] Los instrumentos de las buenas obras son
realmente una buena ayuda para guiar nuestro día a día, e incluso para hacer un
buen examen de conciencia. No podemos olvidar los últimos versículos: En
el amor a Cristo, orar por nuestros enemigos; hacer las paces antes de la
puesta del sol con quién se haya reñido. Y jamás desesperar de la misericordia
de Dios. 18 Es importante recordar siempre esto, sobre
todo en los peores momentos, cuando nuestra cabeza da más vueltas que nuestro
corazón y el sentido común, y estamos sordos a cualquier cosa que nos digan los
demás: No desesperar jamás de la misericordia de Dios, que no nos abandona
nunca.
Tampoco debemos olvidar lo importante que es el
perdón. Debemos de tener valor de reconocer nuestros fallos ante las hermanas,
y de perdirles el correspondiente perdón (bien en privado, cuando haya sido con
una sola; o bien a un grupo de hermanas o incluso ante toda la comunidad cuando
este haya sido con varias). Pedir perdón de una manera sencilla, ensancha
nuestro corazón y acrecienta nuestras relaciones. Incluso el advertir a las
demás que nuestro estado de ánimo no es el mejor, es una buena manera de no
ocasionar malos entendidos.
Es también importante no dejar pasar
desapercibido el final de este capítulo: En
el taller que debemos trabajar diligentemente todo esto es el recinto del
monasterio y la estabilidad de la comunidad.[19] En
algún momento podemos llegar a pensar que nuestra vida es vana, tener la
tentación de vivir hacía fuera, confundir la palabra apostolado con trabajar
fuera del recinto del monasterio y con otras personas que no son mis hermanas
de comunidad; esto es totalmente erróneo. La comunión fraterna es nuestro
apostolado. “En
esto conocerán que sois mis discípulos, en que os amáis los unos a los otros”. Toda la
fecundidad de la vida religiosa depende de la calidad de la vida fraterna en
común.[21] Cuánto más intenso es el amor fraterno,
mayor es la credibilidad del mensaje anunciado y mejor se percibe el corazón
del misterio de la iglesia como sacramento de la unión de los hombres con Dios
y de los hombres entre sí.[22]
6. Gratitud.
San Agustín nos dice que la paz es la tranquilidad
que nace del orden y, San Pablo nos habla de una actitud fundamental que
debemos tener junto a esa paz: “Que la paz de Cristo actúe de árbitro
en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo. Y sed
agradecidos”.
[23] La gratitud es básica en nuestra vida
común, primero con Dios, por supuesto; pero luego con las hermanas a las que
todo debemos. Entramos en un monasterio con una formación muy
distinta de la que vamos a recibir. Si entramos muy jóvenes, aprendemos
aquí a ser mujeres; si llegamos con más edad y con un bagaje de formación
cristiana importante, por la pertenencia a algún movimiento cristiano o quizá a
otra institución religiosa, corremos el peligro de pensar que poca formación debemos
recibir ya; pero realmente la formación de una monja cisterciense es diferente.
El carisma de nuestra orden es configurarse con Cristo en la simplicidad de la
vida cotidiana. Una vida centrada en el Oficio divino, la obediencia y el
servicio a los demás. Todo se nos da por añadidura. Recordemos el pasaje
evangélico:
“Y todo
aquel que por mí deje casas, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o
campos, recibirá cien veces más y heredará vida eterna”.[24] Nuestra vida tiene que ser un canto de alabanza, pero tiene que ser un
canto de gratitud, sobre todo con las
hermanas. Debemos tener constantemente pequeñas muestras de agradecimiento,
hasta de lo más sencillo. Simplemente el esbozar un “gracias” con una sonrisa es un aliento para
la hermana que está realizando un servicio; y generalmente los servicios más
necesarios para la comunidad, en general no son apreciados, haciéndolos muchas
veces ingratos para las hermanas que los realizan (cocina, lavadero,
refectorio, huerta…). Por favor, agradezcamos siempre, es importante para
todas; nos forma y hace comunidad.
7 Oración común
No me he olvidado de la segunda parte de la lectura
de los Hechos que hacíamos al principio. A imitación de la primera comunidad de Jerusalén, la
Palabra, la Eucaristía, la oración en común, la asiduidad y la fidelidad a la
enseñanza de los apóstoles y de sus sucesores, nos ponen en contacto con las
grandes obras de Dios que, en este contexto, se hacen luminosas y generan
alabanza, gratitud, alegría, unión de corazones, apoyo en las dificultades
comunes de la convivencia diaria y fortalecimiento recíproco en la fe.[25]
La oración en común, que se ha considerado siempre
como la base de toda vida comunitaria, parte de la contemplación del Misterio
de Dios, grande y sublime, de la admiración de su Presencia, operante en los
momentos más significativos de nuestra Orden, así como en la humilde realidad
de nuestros monasterios.[26]
Nuestras comunidades nos reunimos siete veces al día
para proclamar juntas las alabanzas de Dios en el Oficio Divino, escuchar su
Palabra, presentarle al Señor la oración de todos sus hijos necesitados de su
paz y esperanza, y lo intentamos hacer uniendo nuestros corazones y voces,
siendo todas una sola voz y una sola alma que clame al Señor.
Gracias a esta plegaria comunitaria tenemos la
posibilidad de estar permanentemente en contacto con la Palabra de Dios, siendo
más fácil memorizar partes del salterio o pequeñas capitulas, que nos ayudan a
mantener la presencia divina a lo largo del resto de la jornada monástica, para
en el silencio poder rumiar lo que el Señor nos vaya diciendo por estos textos.
La oración común alcanza toda su eficacia cuándo está íntimamente unida a la
oración personal.[27] La sencillez de nuestra vida nos
permite utilizar estos momentos del día como la mejor formación permanente de
la que disponemos, alimentándonos del dialogo sencillo con el Señor y
dejándonos interpelar por su Palabra.
En estas jornadas habéis visto de cerca que la
Lectio divina es un empuje en el encuentro íntimo con Cristo en su Palabra.
La celebración de la Eucaristía está en el centro de
nuestra jornada, vértice y fuente de toda la actividad eclesial, donde se
construye la comunión de espíritus, premisa para todo crecimiento en la
fraternidad.[28] La Eucaristía, acción de gracias por
excelencia, donde nos fortalecemos y renovamos nuestra consagración a Dios, es
también el momento donde seguimos proclamando la adhesión a nuestra comunidad.
Cuando decimos Amén al Cuerpo del Señor le estamos dando permiso para que nos
convierta un poquito más en su reflejo, pero a la vez estamos diciendo Si, a la
realidad de nuestra casa, estamos diciendo que queremos y recibimos a cada una
de nuestras hermanas, con sus situaciones particulares y que queremos luchar
con y por ellas.
La Lex orandi de la eucaristía, por la que nos
unimos a toda la iglesia es una maravilla. Me
impresiona de manera especial una oración de la plegaria eucarística III; daros
cuenta de lo que decimos: Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que
gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de
Dios, los apóstoles y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener
siempre tu ayuda. Le estamos pidiendo que nos tome para Él y haga lo que quiera
con nosotras; para que gocemos de su heredad, ¿os dais cuenta de que somos
privilegiadas?, su heredad ya la estamos gozando en la comunidad junto con el
resto de nuestras hermanas, y las que nos han precedido, contando siempre con
la intercesión de nuestra amada Madre la Virgen, y del resto de la corte
celestial, para hacer su voluntad.
El sacramento de la penitencia nos permite no solo
reconciliarnos con Dios, sino mirar realmente a nuestro interior y sanar
nuestras heridas con su gracia, restableciendo nuestra paz. Aunque no nos lo
parezca, la celebración frecuente de este sacramento repercute en el bienestar
de toda la comunidad.
Las comunidades religiosas más apostólicas y más
vivas evangélicamente –contemplativas o activas- son las que poseen una rica
experiencia de oración. [29]
Hermanas, realmente nos ha tocado un lote hermoso.
Queridas jóvenes, en nuestra congregación no vais a
encontrar comunidades grandes ni bulliciosas; vais a encontrar pequeños
cenáculos donde se vive con una alegría entrañable el gozo de la fraternidad.
Muchas de nuestras hermanas tienen una juventud
acumulada y esto no las hace mayores, sino maestras en el arte de vivir
escondidas con Cristo en Dios. Para nosotras jóvenes son un gran apoyo y una
enseñanza continua; realmente ofrecen una sabiduría amasada en la oración. Son
incansables en el orar y en el trabajar, todo lo miran desde arriba (no por
encima del hombro), sino con una mirada de bondad de donde solo saben sacar lo
bueno de las situaciones. Son ánimo constante, ejemplo de tenacidad y
vitalidad. Son testimonio alegre de fidelidad a Cristo en el servicio a las
hermanas. Son recuerdo agradecido a un pasado lleno de durezas que las ha
formado y realmente las ha hecho mujeres de Dios, que saben cargar con la Cruz
con una elegancia admirable.
Para el mundo una monja que se preocupa de sus
hermanas ancianas ofrece la credibilidad evangélica como verdadera familia
reunida en torno al Señor.[30]
En
nuestra vida hay momentos difíciles, no lo puedo negar, pero la Gracia de Dios
y la ayuda de las hermanas hacen que del dolor y la prueba, nazca la verdadera
felicidad y plenitud que solo Cristo nos puede dar.
Queridas jóvenes y hermanas: El Señor ha estado
grande con nosotras y estamos alegres!.[31]
Que Santa María la
Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, primera discípula del Señor; nos ayude y
acompañe en nuestro caminar en pos de su Hijo Jesucristo.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Sor Mª Mónica de Cristo, O.Cist
Monasterio de Alconada
11 – 6 – 2017 Solemnidad de la Stma. Trinidad
[1] Hch 2, 42 - 47.
[2] Rm 8, 15 -17
[3] La Vida
fraterna en comunidad 1. “Congregavit
nos in unum Christi amor”. CIVSVA 1994
[4] Cf. 1Jn
4,16
[5] Cf R.B. 1, 2
[6] R.B.
pról.. 15 - 17
[7] La Vida
fraterna en comunidad 3. “Congregavit
nos in unum Christi amor”. CIVSVA 1994
[8] R.B. 72,
11
[9] 1Jn 4,
20 - 21
[10] La Vida
fraterna en comunidad 9. “Congregavit nos in unum Christi amor”. CIVSVA 1994
[11] Cf.
1Cor13, 4 - 7
[12] Cf. Jn
13, 34; 15, 12
[13] R.B. 72
[14]
R.B. 7,2
[15]
Declaración para los elementos principales de la vida cisterciense actual, art.
57
[16]
Benedicto XVI, Discurso del 25-4-2005
[17] Cf. R.B.
pról. 45 - 49
[18] R.B. 4,
72 - 74
[19] R.B. 4,
78
[20] Jn 13,
35
[21] La Vida
fraterna en comunidad 54. “Congregavit
nos in unum Christi amor”. CIVSVA 1994
[22]Cf. Lumen Gentium 1
[23] Col 3,
15
[24] Mt 19,
29
[25] La Vida
fraterna en comunidad 14. “Congregavit
nos in unum Christi amor”. CIVSVA 1994
[26] La Vida
fraterna en comunidad 12. “Congregavit nos in unum Christi amor”. CIVSVA 1994
[27] La Vida
fraterna en comunidad 15. “Congregavit nos in unum Christi amor”. CIVSVA 1994
[28] La Vida
fraterna en comunidad 14. “Congregavit nos in unum Christi amor”. CIVSVA 1994
[29] La Vida
fraterna en comunidad 20. “Congregavit nos in unum Christi amor”. CIVSVA 1994
[30]Cf. La Vida fraterna en comunidad 68.
“Congregavit nos in unum Christi amor”. CIVSVA 1994
[31] Cf. Sal
123, 6
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